Madre Luna

09.05.2020

Erase una vez un mar y un cielo, y dos acantilados enfrentados.


El viento soplaba hirientemente y las ventanas de la casa silbaban al compás de este, como si de un violín desafinado se tratara.

No podía dormir, era de aquellas noches en las que ya no importa que amanezca, solo la calma tensa y el repicar de las puertas y la madera acompañaban al desvelo.

Asomada a la ventana no veía la noche, no veía nada, pero solitaria deambulaba la luna. Anclada en lo alto, expectante, sin descanso observaba el vacío que se creaba entre los dos acantilados y solo veía el vacío que entre ellos había y entonces lloraba.

Noche tras noche, soñaba en levantar un muro de piedra y barro para al fin reunir las dos tierras y poder así formar un bonito prado, una llanura donde renaciera la vida que en él aguardaba dormida.

Luna me miraba y lloraba, triste no mecía nada, pero sin embargo mecía el vacío que creó la nada, lo mecía y lo mecía esperando que de él saliera la vida. 

El cuento no acaba aquí, pues el mar con infinito enfado, que silencioso reposaba en lo hondo , gran coloso enfurecido, escuchó los sollozos de la madre luna, ordenó a las mareas que crecieran por ella, creció y creció y en barro se convirtió uniendo así las dos tierras.

Luna sonreía derramando lágrimas de alegría, y del barro creció hierba verde, flores de colores, avispas, mariposas , soles, nubes, hormigas , agua, y rocío... y fue así que de la nada nació la vida.


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